Hoy
es 8 de Marzo, Día de la Mujer Trabajadora. Las calles de muchas
ciudades del Estado español se llenarán de mujeres y hombres que se
manifestarán, tras sus pancartas, para reivindicar las causas y derechos
de las mujeres. Algunos partidos y plataformas oportunistas lo harán,
como cada año, de forma simbólica y a modo de lavado de imagen; otros
colectivos, plataformas y organizaciones, para reivindicar un día como
cualquier otro los derechos de la mujer trabajadora , en su incansable
lucha por la emancipación de toda la clase obrera.
El 8 de Marzo
se viene utilizando desde las instituciones como día simbólico y
argumento victimizador. No en vano llevan décadas despolitizando el
sentido de esta fecha, siendo la actual denominación oficial de la misma
Día Internacional de la Mujer.
Frecuentemente
se ha dicho que la elección de la fecha se hizo en memoria de una
huelga de trabajadoras de la fábrica Cotton de Nueva York el 8 de marzo
de 1908. Aquel día era domingo. Investigaciones posteriores demuestran
que aquella huelga se prolongó durante trece semanas y empezó,
realmente, en septiembre de 1909. Se suele hablar también del incendio
de la Triangle Shirtwaist Company donde fueron asesinadas muchas
trabajadoras a manos de sus patronos, que prendieron fuego a la fábrica
que estas habían ocupado en señal de protesta por sus míseras
condiciones de trabajo. Aquellos hechos ocurrieron, no obstante, un 25
de marzo de 1911. Medio año antes, en agosto de 1910, en el marco de la
II Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas en Copenhague
liderada por Clara Zetkin, se decretó el establecimiento de un día
internacional de la mujer trabajadora, con el objetivo de reconocer su
lucha. Siete años después, el 8 de marzo de 1917, un grupo de
trabajadoras y amas de casa se amotinaron ante la falta de alimentos en
San Petersburgo, dando lugar a una revuelta a la que se sumaron
trabajadores y estudiantes e iniciando así el proceso revolucionario
ruso que acabaría en octubre. Aquel marzo de 1917, las mujeres
demostraron su potencial revolucionario y su capacidad de apoderamiento,
lejos de los discursos institucionales victimizadores que rodean esta
fecha. No es casualidad que la ONU, en 1975, ofreciese una versión del
origen del 8 de Marzo que invisibilizaba completamente los sucesos de
1917, eliminando así el carácter de clase y revolucionario que realmente
tiene el Día de la Mujer Trabajadora.
Las diversas formas que ha
tomado el feminismo, como corriente de pensamiento y como movimiento
social que lucha por la igualdad de la mujer en algunos ámbitos
(derechos civiles, políticos y sociales) y, en algunos casos, por la
superación de los dogmas del patriarcado anclado en el capitalismo y en
las estructuras de poder del Estado burgués, han marcado la Historia del
siglo XX. Hoy en día, la lucha por la emancipación de clase y género
parece ser solo un teatro representado cada 8 de Marzo y canalizado por
el feminismo burgués donde se hace ver que, con una superficial
integración política, social y laboral de las mujeres en supuesta
igualdad con los hombres, quedan superados el patriarcalismo y las
viejas reivindicaciones de las mujeres trabajadoras.
Y a pesar de
ello, la realidad muestra que las reivindicaciones de hace un siglo
respondían a un conflicto aún vigente y cada vez más evidente, el
conflicto entre clases que agudiza la opresión patriarcal que ya de por
sí sufre la trabajadora como mujer. No es posible ignorar la opresión de
clase, que subyace en todo momento a la de género, y menos aún en el
actual contexto de crisis del capitalismo.
El paro y la
explotación de nuestra clase aumenta a pasos agigantados, la
discriminación laboral que siempre han sufrido las mujeres hacen de las
cifras del paro y de las diferencias salariales un ataque a estas
todavía más abrumador, en la línea de todos los ataques a nuestra clase
perpetrados por el Estado burgués en forma de reformas laborales que,
como siempre, hieren más salvajemente a los sectores más vulnerables de
la clase trabajadora. Es este el caso de las mujeres, que sufren a
diario una mayor facilidad para ser despedidas, la pérdida progresiva de
sus derechos y la temporalidad del trabajo. A esto, se suman las cada
vez mayores dificultades para acceder al mercado laboral pues, según
dictan los roles impuestos por el patriarcado, la mujer ha de poder
conciliar todos los aspectos de su vida, incluyendo el trabajo
productivo y remunerado, con su función reproductiva y doméstica. Esto
comporta una reducción de sus jornadas, en el caso de las que siguen
salvándose del paro estructural, y el hecho de trabajar menos horas para
así asumir todas las horas del trabajo doméstico, que las mujeres
realizan sin retribución alguna y sin cotizar, supone un obstáculo
añadido a la hora de recibir una pensión de jubilación, especialmente
desde su última reforma. Al mismo tiempo, la pensión de viudedad, único
sustento de muchas mujeres de la clase obrera, también ha sido
recortada, condenando a las mujeres de edad más avanzada a una situación
de pobreza todavía más peligrosa.
El feminismo burgués,
ignorando completamente la doble explotación que la mujer sufre como
mujer y como trabajadora, se visualiza en fechas señaladas como esta
centrando su discurso en cifras de mujeres asesinadas (aunque sin
estudiar ni analizar toda la escalada de violencia que las mujeres
sufren hasta su máxima expresión, que es el feminicidio), obviando que
parte de estas entran con cada vez más fuerza en parámetros no
cuantificados de asesinatos o violencia que no acaba en asesinatos, como
es el caso de las mujeres desahuciadas, el drama que ha devenido un
fenómeno social en progresivo aumento que afecta a los y las
trabajadoras con peores condiciones de vida.
A toda esta miseria
se le ha de sumar la no implementación de una serie de leyes en lo
concerniente a prestaciones sociales, como la ley del aborto o la
retirada de las ayudas por nacimiento, pequeñas concesiones del
pseudofeminismo de las instituciones burguesas que han sido de nuevo
arrebatadas a las mujeres, retrocediendo así varias décadas de lucha por
el derecho a decidir sobre su propio cuerpo.
El
Gobierno prioriza, a la hora de paliar los efectos de la crisis
estructural del capitalismo, inyectar millones de euros a bancos y
financiar sectores como el del automóvil o la construcción (trabajos
generalmente masculinizados), en detrimento de los presupuestos
destinados a la cobertura de derechos sociales,en este caso, de las
mujeres. Aumenta la carga
doméstica y de cuidados de las personas dependientes para la mujer
trabajadora, asumiéndose una vez más que esta realizará este trabajo
vital para la perpetuación del modo de producción capitalista (pues
supone el 80% del total del trabajo que permite la vertebración y
continuación sistémica del capitalismo) de forma silenciosa y no
remunerada, sin cotizar, sin protestar, porque los roles del patriarcado
imponen que es lo que “naturalmente” están llamadas a hacer. Los
estereotipos de género, que inculcan desde edad temprana a niñas y niños
los diferentes roles adquiridos con los que deben identificarse a lo
largo de su vida, naturalizando las diferencias y desigualdades que se
dan entre estos, son algunos de los mecanismos del patriarcado de los
que más se aprovecha el capitalismo. En definitiva, es completamente
absurdo negar la íntima relación del patriarcado con el capitalismo, ya
que este necesita a las mujeres de la clase trabajadora como la más
barata mano de obra mientras, a su vez, soportan todo el peso del
trabajo reproductivo (familiar y doméstico) sin contabilizarlo como
coste de producción.
Tantos ciclos de concesiones y pérdidas
continuas de los derechos de las mujeres de la clase trabajadora, que no
son más que el intento de menguar su potencial revolucionario, solo
dejan en claro una cosa: la lucha feminista no puede ser interclasista
y, del mismo modo, el feminismo no puede pertenecer a las instituciones
burguesas, pues no serán estas las que nos regalen los derechos, de la
misma manera que no se los regalarán al proletariado. Únicamente
deponiendo el capitalismo se podrá abolir el patriarcado que vertebra
las relaciones sociales derivadas del modelo de producción capitalista.
Es
el momento de que el feminismo recupere la tradición de lucha que hace
décadas perdió, alejándose de posiciones interclasistas, integrándolo en
la lucha de clases e intrínsecamente ligado a la emancipación del
proletariado.
RECONSTRUCCIÓN COMUNISTA (RC)
8 de Marzo, 2013